Hace muchos años, cuando me consideraba invulnerable a las enfermedades graves o crónicas –eso siempre les pasaba a los demás-, me dediqué un tiempo a aprender a vivir a través de los cuentos.

 El Taller de Narración Oral de la Universidad de Alicante lo componíamos al principio unas 4 o 5 personas lideradas por Marisela y supervisadas por nuestro entrañable amigo Antonio, director del grupo de teatro La Carátula de Elche, un gran actor y un maravilloso y “encantador” contador de cuentos.

 Disponíamos cada quincena, los jueves a las 12:00 h., si los exámenes y el tiempo lo permitían, de la Pinada de los Cuentos, el nombre con el que bautizamos ese espacio y que acabó consolidándose a lo largo de los años. En recuerdo de aquella época feliz de mi vida he abierto esta página con el nombre de La Pinada Blanca.

 Acudían alumnos, profesores, amigos y personal de administración y de servicios. En cada actuación hacíamos creer al público que los ángeles tenían sexo, que los ahogados anónimos podían ser hermosos y convulsionar la vida de un pueblo o les enredábamos con las ideas más descabelladas que nos proponía en sus textos Woody Allen.

 Aprendimos a percibir la vida desde la observación y la percepción, a aprehender la esencia de las palabras y de los silencios. Chupábamos como esponjas las situaciones de lo cotidiano para luego poder trasladarlas a otros escenarios: La Pinada, Jamboree, Cafés-Teatro, Teatros, Festivales de cuentos, Escuelas, Institutos, Centros de la tercera edad, Fiestas, todos aquellos lugares donde nos invitaban para escuchar nuestras historias. Desarrollamos una especial habilidad para adaptar los textos a diferentes espacios físicos, públicos o edades.

 Los problemas empezaron cuando me encontraba adaptando un texto de Gabriel García Márquez, Del Amor y otros Demonios, para convertirlo en un cuento de no más de 20 minutos. Me fallaba la memoria, se me trababan las palabras, no conseguía concentrarme, era incapaz de sintetizar, necesitaba mayores horas de descanso, es decir, la sombra de la enfermedad me rondaba.

 Finalmente tuve que dejar el grupo para poder hacer frente a mis obligaciones profesionales. Cuando volvía de la Universidad necesitaba reposar más, aunque en aquel momento no le di mayor importancia, pensé que era un bajoncillo que mejoraría con el tiempo. No supe interpretar aquellos “pequeños fallos” de mi organismo. Ni tampoco se me pasó por la imaginación que aquello era el principio de una bajada a tumba abierta.

 Casi 16 años después, todos esos síntomas desperdigados han tomado forma y adquieren un sentido. Sin embargo, la creatividad trasciende la enfermedad  y perdura en la esencia de las personas.

 Por este motivo, pedí permiso a la Junta Directiva para crear un rinconcillo cálido en este ciberespacio donde poder compartir esas cosas que nos gusta hacer, esa actividad que nos hace ser lúcidos, reflexivos, alegres o melancólicos y que nos obliga a escarbar y sacar a la luz ese pedacito de niño o de niña que seguimos llevando dentro.

 Os animamos a participar y a enviarnos vuestros trabajos, con vuestro nombre real o bajo seudónimos, no tiene mayor importancia. Se pueden presentar desde los más sencillos a los más elaborados, sin importar la edad, los conocimientos, el sexo o la forma de expresión, basta con que brille esa chispa que da luz a lo cotidiano.

Un abrazo esperanzado.

Francisca Gutiérrez Clavero

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