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07.04.2010
El canario de la mina

Escrito por Paco Puche   

SQM. La sigla que abre este artículo, compuesta por solo tres letras, encierra un contenido inmenso e inquietante: es el anuncio del envenenamiento global a que estamos sometiendo al planeta y por ende, a nuestro propio envenenamiento. Literalmente es el acróstico formado por esa enfermedad denominada Sensibilidad Química Múltiple y, en palabras de una enferma mundialmente conocida, Eva Caballé, se puede afirmar que “los afectados de SQM somos como los canarios de la mina, la señal de que el modelo de sociedad actual es insostenible”.

La metáfora del canario de la mina se usa prolijamente. Como se sabe, los mineros hasta bien entrado el siglo XX llevaban al tajo un canario consigo. Como no existía ninguna tecnología capaz de advertirles de la presencia de gases como el metano o el monóxido de carbono, esto les traía consecuencias fatales. Los canarios son pájaros altamente sensibles y reaccionan con histéricos aleteos y finalmente con la muerte al entrar en contacto con concentraciones mínimas de esos gases. De forma que se acostumbraba bajar a un canario en una jaula al frente de los mineros y si el animalito reaccionaba los trabajadores sabían que no era seguro continuar. Los canarios se convirtieron en un sistema de alarma que salvaba muchas vidas humanas.

A los anfibios, en general, se les llama también canarios de las minas porque como su piel es permeable, estas criaturas son más susceptibles a los contaminantes y a cambios en su hábitat acuáticos que otros seres vivos. Por su misma naturaleza, son considerados como una especie “centinela” encargada de avisar de la llegada del enemigo o de condiciones peligrosas.  

Y así están avisando: alrededor de un tercio (32 por ciento) de las especies de anfibios se encuentran en peligro de extinción, representando unas 1.896 especies. En comparación, sólo el 12 por ciento de todas las especies de aves y un 23 por ciento de todas las especies de mamíferos están amenazadas. 

Otros canarios de la minas son los corales, animales que, a pesar de su antigüedad en términos geológicos, son muy frágiles y sensibles a los cambios ambientales. Por ejemplo, mayores temperaturas del agua se han asociado al fenómeno conocido como blanqueamiento del coral, que es la pérdida del alga endosimbionte de los corales y que puede conducir a su muerte. El exceso de CO2 en la atmósfera, la contaminación del agua, la destrucción de los ecosistemas costeros, la sobrepesca, etc., tienen nefastas consecuencias.

Actualmente, los corales ya están con histéricos aleteos, dando un mensaje análogo al que enviaba antes el canario en las minas.

 

También, los glaciares son los canarios de la minas del calentamiento global, las subidas continuas del precio del oro son los canarios de la minas del abandono del dólar, etc.

 

Y los enfermos de SQM son los canarios de la minas del capitalismo, que al decir de Eva Caballé, dan “la señal de que el modelo de sociedad actual es insostenible”, la señal del envenenamiento global. Eso dice, y muchas otras cosas más, en su reciente libro titulado Desaparecida. Una vida rota por la sensibilidad química múltiple, editado por El Viejo Topo el pasado agosto. La portada del libro es la fotografía de la protagonista en la plenitud de la vida, rota ya por el SQM.

 

Cuenta Eva en este libro la descarnada historia de una enferma permanente, la incomprensión médica supina, la deshumanización de la medicina, los intereses de las grandes corporaciones, que imponen sus criterios en la política y en la profesión que ni siquiera reconoce la existencia de esta enfermedad…, pero sobre todo cuenta su coraje, su afrontamiento de las calamidades que una tras otra se ceban sobre su cuerpo, sus ganas de vivir, su torrentes de solidaridad con los que padecen este tipo de enfermedades “raras” (en su caso nada rara, pues afecta al 0,75 por ciento de la población de forma severa y al 12 por ciento de forma moderada o leve) y cómo se ha terminado convirtiendo en un entretenimiento de feria: “Pasen señores, vean los freaks del circo: la mujer barbuda, el enano y al lado ‘la mujer burbujas”; que así dice de sí misma.

 

Triste título el que le he dado más arriba de “enferma mundialmente conocida”, pero habría que añadir “hispánicamente desconocida”, a juzgar por el nulo eco en nuestro país de su reciente artículo publicado en la revista cultural on line Delirio, titulado Nacemos desnudos. Dicho artículo ha dado la vuelta al mundo, ha sido traducido y publicado en nueve idiomas, difundido por las asociaciones de SQM y por webs de salud y medioambientales, pero ningún periódico ni revista de nuestro país se ha interesado en difundirlo.

 

SQM

 

Como cuenta en su libro, cuando el 31 de enero de 2008, con 36 años, salió de la clínica del Dr. Fernández-Solá con un diagnóstico, después de más de dos años intentando enterarse de qué tenía, dice ella que aquello le “provocó un alud de sentimientos contradictorios. Por un lado estaba feliz porque finalmente la pesadilla había acabado… (pero) por otro me sentía abrumada ante ese diagnóstico múltiple”. Ni más ni menos salió del purgatorio de la ignorancia sobre qué clase de enfermedad padecía para entrar en el infierno de encontrarse con “un cuadro que corresponde a un SÍNDROME DE SENSIBILIDAD QUIMÍCA Y AMBIENTAL MÚLTIPLE… asociado a un SÍNDROME DE FATIGA CRÓNICA en grado intenso, a una FIBROMIALGIA moderada, a un SÍNDROME SECO y TIROIDITIS AUTOINMUNE”. Una clara sentencia de invalidez.

 

Cuenta que desde que tenía memoria su vida ha estado ligada a médicos, pruebas, diagnósticos y, como no, errores. Que a los 12 años le prohíben bailar y hacer cualquier deporte porque tiene escoliasis muy acusada y cifosis, y deberá hacer gimnasia correctiva y natación. Cuenta, que de los muchísimos médicos que ha visitado en su vida la mayoría no la han escuchado. Que en una cálida noche de Mallorca, cuando se sentía feliz porque se pudo quitar el corsé ortopédico e irse a bailar, de pronto sintió mucho calor y ahogo y al mirase en el espejo estaba hinchada, hecha un monstruo. Era un brote severo de alergia…

 

Así continúa narrando un cúmulo de desgracias hasta llegar a preguntarse ¿qué me pasa, doctor? Y contesta taxativa “el calvario que viví esos dos años hasta conseguir un diagnóstico es enteramente culpa de nuestro Estado y de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Yo soy un caso de libro y a los dos meses debería de haber tenido diagnóstico, lo cual habría sucedido si la Sensibilidad Química Múltiple estuviese reconocida. Y no lo está porque los intereses económicos no lo permiten, porque existen casos documentados desde mediados de los años 50 e infinidad de estudios que demuestran que es una enfermedad orgánica, física y real… El poder de la industria por encima de nuestra salud. La parodia de la sociedad del bienestar”. Hasta llegar, como dijimos más arriba, al diagnóstico de SQM.

 

Pero para darse bien cuenta del sufrimiento y coraje de esta mujer hay que embeberse en la lectura del libro, con ánimo suficiente para que las neuronas espejo, esas que nos hacen proclives a la empatía, no nos jueguen una mala pasada.

 

Hay que decir, que en su caso, tiene que evitar totalmente un ambiente con química, lo cual resulta prácticamente imposible, por lo que actualmente no sale de casa, no tiene contacto más que con David, su compañero, y con su madre, ha cambiado muebles, suelos, tejidos por otros absolutamente ecológicos, como la comida, no puede tener libros, ni discos en su casa…, en fin que ha de vivir como en una burbuja.

 

Pero no re rinde, no decae y está luchando para sí misma y para ayudar a todos los que están en situaciones similares, a través de un blog que llama NON FUN (“no tiene gracia”).

 

La página 90 del libro nos da una clave para seguir indagando, dice así: “Hay quienes incluso no ponen el término `química’ en un patético intento de disimular la causa de esta patología”.

 

Otros canarios de la mina que le han antecedido

 

Otra mujer, Rachel Carson, a principios de los años 60 del pasado siglo hizo de canario de la mina intelectual en las profundidades de la industria química de entonces. En su libro La primavera silenciosa, editado en 1962, denunciaba en toda regla el envenenamiento global a que se estaba sometiendo la población, y al resto de los seres vivos, con el uso indiscriminado de insecticidas, herbicidas y biocidas en general.

 

Si la producción de plaguicidas en Estados Unidos se había multiplicado por cinco entre 1947 y 1960 (había pasado de 50.000 a 250.000 toneladas) descubrimos que estamos viviendo en un mar de cancerígenos, pero esto no es sólo un impresión subjetiva, decía, porque la Oficina de Estadística daba, para 1958, un incidencia en las causas de muerte de un 15 por ciento debidas al cáncer, frente a un cuatro por ciento en 1900. Igualmente, el cáncer en niños era una rareza a principios de siglo y, seguía diciendo, “hoy, mueren de cáncer más escolares norteamericanos que de ninguna otra enfermedad… y buena cantidad de ellos formados antes del nacimiento”.

 

La Carson denunciaba que en 1960 el 98 por ciento de los entomólogos se dedicaban a la investigación de insecticidas químicos, y sólo el dos por ciento al control biológico de plagas. Y explicaba la causa: “¿Cómo puede ser esto?”, y se contestaba diciendo que “las más importantes fábricas de productos químicos están vertiendo dinero a chorros en las universidades para financiar las investigaciones de insecticidas… esta situación explica el hecho confuso de que ciertos eminentes entomólogos figuren entre los principales defensores del control químico”. Como cabía esperar fue desprestigiada y vituperada por el ya potente lobby industrial.

 

En 1997 aparece otro canario de la mina intelectual. Se trata del libro titulado Nuestro futuro robado, escrito entre dos mujeres y un hombre, y prologado por el mismísimo Al Gore. En dicho prólogo nos obliga a plantearnos nuevas preguntas acerca de las substancias químicas de síntesis que hemos esparcido por toda la Tierra.

 

Es éste “el libro que la industria química no quiere que leas”, nos dice Greenpeace en la solapa del texto. En el capítulo llamado En defensa propia, los autores confiesan que “la amenaza investigada en este libro puede parecer abrumadora … (pero) realmente es un problema aterrador”.

 

¿De qué se trata? Básicamente del descubrimiento de que ciertas hormonas artificiales como el caso del DES (dietilestilbestrol), suministrado a más de cinco millones de mujeres embarazadas en todo el mundo desde 1938 a 1972, producen tremendos efectos en su descendencia.

 

Se trata de los denominados disruptores endocrinos, sustancias artificiales que actúan como hormonas impostoras. Las hormonas son mensajeros químicos que se desplazan por la corriente sanguínea, transportando mensajes de una parte a otra del cuerpo, que coordinan órganos y tejidos que trabajan en equipo para mantener el funcionamiento correcto del organismo. El sistema endocrino dirige también las fases críticas del desarrollo prenatal.

 

Las hormonas para desencadenar la producción de proteínas concretas necesitan un receptor particular dentro de la célula, con el que tienen alta afinidad. Cada vez que se encuentran se unen en un abrazo molecular. Sin esta unión la hormona no funciona. Las hormonas artificiales lo que hacen es suplantar a la hormona natural y unirse al receptor. Estas hormonas impostoras trastornan el sistema endocrino. El embrión puede ser especialmente vulnerable porque estas sustancias químicas pueden atravesar la placenta.

 

“En el caso de las hijas DES, existen abundantes pruebas de que la droga provoca cáncer de mucosa vaginal, deformidades del conducto reproductor, embarazos ectópicos, abortos y partos prematuros”; Puede provocar, también, afecciones al sistema inmunológico y al desarrollo del cerebro.

 

Los problemas de los varones expuestos al DES en el útero de sus madres pueden ser: espermatozoides anormales, artritis, testículos no descendidos y quistes en el epidídimo.

 

Pero el signo más espectacular y preocupante de los disruptores hormonales, nos dicen lo autores del libro, se encuentra en los informes que indican que la cantidad de espermatozoides de los varones ha caído en picado en el último medio siglo. Del orden de un 50 por ciento en algunos países estudiados (British Medical Journal, septiembre de 1992).

 

El relato que hacen los autores de la presión (y euforia) de la industria farmacéutica es impresionante: “En 1957 apareció un anuncio de la Grant Chemical Company que recomendaba el empleo de DES "en TODOS los embarazos". Los médicos lo empleaban a manos llenas para suprimir la producción de leche después del parto, para aliviar calenturas y otros síntomas de la menopausia, y para tratar el acné, el cáncer de próstata e incluso para detener el crecimiento de las muchachas adolescentes que se estaban poniendo más altas de lo que dictaba la moda”.

 

El amianto como otro canario de la mina del capitalismo

 

El asbesto, amianto o uralita es un mineral que empezó a usarse industrialmente a principios del siglo XX. Por sus propiedades tiene múltiples aplicaciones, pero la más extendida y conocida es la usada en la producción de fibrocemento. De este material son aún la mayoría de las tuberías y depósitos de agua y las planchas onduladas que actúan modo de tejados. Hay en España cerca de tres millones de toneladas de uralita instalada en sus distintos usos.

 

Desde el principio se sabía que este material desprende pequeñas fibras que terminan alojándose en el sistema respiratorio y producen la abestosis, que mantiene a los enfermos en potencial asfixia hasta su muerte. Produce también cáncer de distintos órganos y el mesotieloma, un cáncer específico del amianto que tarda en manifestarse pero de desarrollo vertiginoso.

 

Desde que se inició el siglo se ha prohibido en 45 países, pero en más de 100 sigue siendo usado con profusión. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que cada año están muriendo a causa de la exposición al amianto (laboral, familiar o ambiental) unas 100.000 personas, tantas como en el gran terremoto de Haití, amén de las que hay enfermas y/o van a hacerlo, porque la tragedia continúa.

 

Durante estos 100 años el negocio ha estado, básicamente, en manos de un oligopolio denominado Eternit (llamado así por lo que dura la fibra asesina), y este a su vez ha pertenecido a unas pocas familias. Uno de sus propietarios, Stephan Schmidheiny, ha tenido la ocurrencia de hacerse humanitario y ha montado una multinacional de la filantropía denominada AVINA, y una especie de sucursal denominada ASHOKA, a la que ha dotado con una parte importante de su fortuna (es uno de los 300 hombres más ricos del mundo). Un claro alzamiento de bienes para no tener que responder a los damnificados los próximos 30 años.

 

Pero como son tantas las víctimas del amianto, en estos momentos pesa sobre Schmidheiny un juicio penal en Turín, denunciado por 3.000 afectados, 2.000 de ellos ya muertos, por los que el fiscal pide 13 años de reclusión y un millón de euros por cada víctima. La única humanidad que le cabe al supuesto filántropo es indemnizar a los cientos de miles de víctimas de sus empresas, esparcidas por todo el mundo. Es la primera vez que un gran propietario de este tipo de empresas es imputado por homicidio involuntario. Muchas víctimas consideran que debería ser un Tribunal Penal Internacional el encargado de enjuiciarlo por presunto genocidio laboral, y en ello están.

 

Del lobby de Eternit, dice el ex diputado europeo Remi Poppi, que es “la fuerza siniestra que obtiene provecho del amianto, y no se lo piensa dos veces a la hora de recurrir al chantaje, el engaño y las prácticas deshonestas para proteger (...) los beneficios de las empresas”.

 

Y la OMS afirma que “actualmente unos 125 millones de personas de todo el mundo se encuentran expuestas al amianto en su lugar de trabajo.

Estimaciones globales muestran que todos los años mueren, como mínimo, 90.000 personas de cáncer de pulmón, mesotelioma y asbestosis”

 

Pero hay más

 

Volvamos al principio ¿cómo puede alguna persona tener una Sensibilidad Química Múltiple de tal envergadura que no pueda de salir de su burbuja, libre de todo atisbo de sustancia química sintética presente?

 

Se calcula que, en el mercado europeo, se comercializan más de 100.000 sustancias químicas y cerca de un millón de preparados químicos, y cada año se añaden 1.000 sustancias nuevas. De estas 100.000, se tienen pocos o ningún dato de unas 75.000. Por ejemplo, en el año 2001 la Agencia Europea de Medio Ambiente sólo había publicado las evaluaciones de riesgos completos de seis sustancias (en E. Blount y otros, Industria como naturaleza, 2003, p. 108). Para hacer evaluaciones del resto de las sustancias, tendríamos que esperar muchos años para saberlo. Y lo que no alcanzaríamos a saber nunca es sobre sus efectos a largo plazo, y menos aún, el resultado de sus combinaciones y sinergias.

 

Si tenemos en cuenta los casos arriba mencionados, el amianto, por ejemplo, produce sus efectos letales varias decenas de años después de haber estado expuestos al mismo, o el DES cuyos efectos nocivos aparecen en las generaciones siguientes. La salida a esta situación pasa por aplicar con rigor el principio de precaución (con la carga de la prueba exigida a los comerciantes) y con ir retirando la mayor parte de los venenos ahora presentes.

 

Este es el envenenamiento global: “cada minuto se envenenan, al menos, seis personas en el mundo. Por plaguicidas, la OMS calcula que mueren 220.000 personas al año, 37.000 contraen cáncer y 700.000 dermatosis…” (Riechmann, Cuidar la T(t)ierra, 2003).

 

Luchar con esperanza por el cambio de sistema

 

Y para terminar, nada mejor que las palabras de lucha y esperanza de Eva Caballé, que ha sido la persona que me ha inspirado este artículo: “mientras soñamos con que la investigación avance y nos dé una esperanza de curarnos, debemos luchar con inteligencia, unidos a nivel internacional, ya que la lucha de nuestro colectivo va mucho más allá de la SQM y de nuestras fronteras… (porque) cada vez más gente tiene enfermedades ambientales… nadie se escapa a la agresión a la que estamos sometidos… ¿Será que tantas sustancias tóxicas han conseguido convertirnos en borregos?”

 

Todos los canarios introducidos hasta ahora en las laberínticas galerías de la mina capitalista nos han venido devolviendo la señal de alarma de que el sistema está tan emponzoñado que resulta inviable.

 

Asistimos al fin de una época.

 

Fuente: El Mercurio Digital

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