08.06.2012
El testigo de las cosas bien hechas
“Hablar de todo lo que siento desde la sensibilidad química es tomar la llave que abre el cerrojo de un lugar que duele, ya con arrugas, guardado en un cofre escondido en el fondo del océano más hondo“.
Así comienza un escrito que me ha enviado Azuzena Pérez, madre de Jennifer, una joven de 27 años que padece Sensibilidad Química Múltiple en grado extremo. Comenzó a estar enferma en el año 2003 y hasta el año 2008 no obtuvo el diagnóstico de su dolencia, que le ha producido daños muy graves en su organismo. Es una enferma de la química tóxica, cuya capacidad para la vida normal está afectada en un 90% pero sólo le han concedido una invalidez del 39% por lo que no puede optar a ninguna pensión. Desde nuestro despacho estamos luchando por ella. Por fin tenemos fecha para el juicio, a finales de octubre próximo. Es un caso paradigmático de injusticia; Jennifer son muchas personas en nuestro mundo tóxico. Lo que sigue son los sentimientos e ideas de esta madre hechos palabra:
La sensibilidad química no es otra cosa que una consecuencia más de tantas injusticias cometidas por el hombre contra el Hombre. Una más de tantas que nos tiene que hacer reflexionar sobre un cambio de conducta social y con el medio que nos da la vida, la Naturaleza, pues nuestra salud depende de Ella.
Además de ser una afectación propiciada por esta sociedad abducida por el delirio consumista, se da la mayor de las injusticias al discriminar a quienes enferman por ello sin ofrecerles siquiera un lugar en la atención sanitaria pública, básico principio de toda sociedad democrática, aunque sí existe la oportunidad de mejorar la calidad de vida pagando mucho dinero.
Después de construir nuestra vida con mucho esfuerzo, como la mayoría de las personas, todo se ha derrumbado, nada sirve ante la Sensibilidad Química. Mi hija no podía sobrevivir con ese modo de vida que nos venden como “normal” (suavizantes, perfumes, productos tóxicos de limpieza, pinturas comunes, pesticidas en la comida, en jardines, aguas, envases plásticos, aumento irracional de ondas electromagnéticas, etc). Mientras, asistimos a un mayor daño que todo eso: La falta de atención médica pública, la incomprensión y maltrato psíquico al que fuimos sometidas en todos los hospitales públicos de nuestro país. Pero había algo más grave aún, las secuelas que esta actitud dejaba en el organismo de mi hija. ¿No será esto un delito?
Nos hemos visto condenadas al exilio [Azuzena y Jennifer viven en una inhóspita zona del desierto de Arizona (Estados Unidos)] y sumando otro frente de desgaste que es luchar desde el año 2006 por conseguir el justo reconocimiento de una incapacidad que han denegado año tras año hasta optar este 2012 a acudir a los tribunales. Aún hoy, mientras escribo sobre esta situación me parece ajena a mi persona.
Vivimos padeciendo el caminar tan distinto de los tiempos mientras la justicia va tan lenta que da ocasión a que los enfermos mueran de hambre. La indiferencia médica y su falta de ética va tan rápida que propicia daños psicológicos irreparables y contribuye al aumento de secuelas que pueden matar a las personas afectadas por Síndrome Químico.
Leer más: Miguel Jara