23.06.2012
Contaminantes químicos y obesidad
Por Maite Pelayo
Algunos contaminantes químicos presentes en el medio ambiente, pero cuya principal fuente de exposición es la dieta, pueden predisponer a padecer obesidad y otras enfermedades asociadas, como la diabetes tipo 2. Los denominados químicos disruptores endocrinos (EDCs) son sustancias tóxicas presentes en los alimentos y otros productos de uso cotidiano, que interaccionan con el sistema endocrino y provocan que el cuerpo acumule grasa, en lugar de músculo. Así llegan los tóxicos a la dieta, con los correspondientes efectos de los contaminantes en el ser humano y una relación de ida y vuelta, ya que la obesidad también contamina,
Los químicos disruptores endocrinos (EDCs) son sustancias químicas, sobre todo de origen sintético (pesticidas, insecticidas, fungicidas), relacionadas con el grupo de los contaminantes orgánicos persistentes (COPs). En su mayoría son solubles en las grasas, por lo que se acumulan en ellas con mayor facilidad. A la vez, su baja biodegradabilidad hace que se mantengan durante mucho tiempo en el ambiente y se acumulen en la cadena alimentaria.
Así consta en un estudio realizado por expertos del Centro de Investigación Biomédica en Red de la Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBERobn). Los expertos han tenido en cuenta numerosos estudios que han vinculado la obesidad y sus patologías asociadas con la exposición universal, permanente y cada vez mayor a estos contaminantes. Según apuntan, para hacerse una idea de la enorme persistencia en el medio de estos contaminantes, todavía hoy se detecta DDT en el 88% de la población general, pese a que este pesticida se prohibió hace más de 35 años.
Tóxicos en la dieta
Los expertos coinciden en que la exposición a estos disruptores endocrinos por parte de la población, y de los seres vivos en general, es universal. Esto se debe a la distribución de estas sustancias contaminantes por todo el planeta como consecuencia de su uso generalizado, y en ocasiones indiscriminado, en la producción agrícola y a través de los vertidos de aguas residuales, también en la pesca.
Un dato alarmante es que, según advierten estos especialistas, los compuestos acumulados en la grasa se transmiten a la descendencia a través de la madre durante la gestación y después en la lactancia. El efecto es mucho más acusado en la edad adulta si la exposición ha tenido lugar en el útero materno, lo que indica la necesidad de reducir la exposición prenatal a estas sustancias. La relación entre exposición precoz a contaminantes y obesidad ya se había establecido en trabajos anteriores, como señalan desde CIBERobn.
En 2003, una publicación estadounidense especializada en toxicología apuntaba que en EE.UU. un 13% de los niños entre 6 y 11 años tenían sobrepeso, un porcentaje que se había triplicado en 20 años. Citaban tóxicos como el bisfenol A y otros muchos e insistían en la importancia del ambiente fetal en el desarrollo de enfermedades adultas. Dos años más tarde, otra revista, esta vez dedicada al neonato, citaba los efectos que puede tener durante el desarrollo fetal el contacto con compuestos que son muy contaminantes, lo que se comprobó con la exposición de ratas gestantes a niveles muy bajos del dietilestilbestrol, una hormona de origen sintético, que provocó casos de obesidad severa cuando las crías llegaron a adultas.
También la exposición al aire contaminado en los primeros años de vida genera una mayor acumulación de grasa abdominal y resistencia a la insulina en los ratones, incluso con una dieta normal, según un estudio realizado en la Universidad de Ohio.
Los efectos de los contaminantes
Los contaminantes químicos no solo engordan, sino que también provocan enfermedades. Existe una amplia bibliografía al respecto y, como recuerdan responsables de CIBERobn, uno de los primeros trabajos sobre el tema publicado en 2002 ya apuntaba cómo desde los años setenta, en muchos estudios sobre tóxicos en animales, se percibía que engordaban debido a la exposición a compuestos como el DDT, endrín, lindano, metales pesados (como cadmio y plomo), disolventes, etc. Sin embargo, en estos trabajos de principios de siglo, no se reparaba demasiado en este hecho, ya que se buscaban otros objetivos, entre ellos, confirmar otros efectos como el riesgo de cáncer.
Años más tarde, publicaciones avaladas por expertos en este campo asociaban algunos tipos de ftalatos, un grupo de contaminantes muy frecuentes, con la obesidad y la resistencia a la insulina que precede al desarrollo de la diabetes. Otros estudios más recientes indican que los plásticos de policarbonato, como el tan cuestionado bisfenol A, que se utilizan sobre todo en los recipientes herméticos de conservación de alimentos, podrían contribuir a generar diabetes al someterse a altas temperaturas. El estudio en cuestión está avalado por la Universidad Miguel Hernández de Elche y, tras analizar a ratas embarazadas expuestas a este compuesto durante la gestación, constató que todas habían desarrollado diabetes gestacional y que a los seis meses de nacer las crías (el equivalente de 40 años en humanos) todas eran diabéticas.
LA OBESIDAD CONTAMINA
No solo la contaminación provoca obesidad, sino que también contamina. Causa además multitud de enfermedades asociadas y un efecto negativo sobre la conservación y sostenibilidad del medio ambiente. Hay diversos estudios que así lo demuestran y que desde el centro de investigación CIBERobn lo reseñan, como el realizado en 2009 en Londres. Este reveló que, de promedio, cada persona obesa es responsable de casi una tonelada más de emisiones de dióxido de carbono por año, en comparación con una persona delgada, lo que significa sumar 1.000 millones de toneladas de gas por año en una población de 1.000 millones de personas con sobrepeso. El dióxido de carbono es uno de los gases responsables del efecto invernadero y reducir sus emisiones se ha convertido en un objetivo mundial prioritario para ralentizar el cambio climático.
Como explican de forma coloquial los especialistas, "cuando se trata de ingerir alimentos, desplazarse en un cuerpo pesado es como conducir un coche grande que consume mucha gasolina". El Centro para el Control y Prevención de Enfermedades estadounidense también aporta datos al respecto y calcula que entre 1960 y 2002 se podía haber ahorrado el 0,7% de las emisiones de dióxido de carbono y del consumo de combustible si los pasajeros de los vehículos no fueran obesos. En números, según este organismo, se consumieron más de 3.700 millones de litros de gasolina debido al sobrepeso de los americanos en esos años. Otra reciente publicación al respecto estima que una pérdida de peso de 10 kilos en todos los pacientes con obesidad y sobrepeso en el Reino Unido reduciría en un 1% la emisión de dióxido de carbono hasta el año 2020.
Fuente: Consumer
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