31.05.2010
Hiperactividad y déficit de atención
En la segunda mitad del siglo XX se pusieron de manifiesto, o aparecieron, o conjunto de enfermedades de contornos vagos, pronóstico vital bueno, relativa o muy invalidantes, que afectan a todas las esferas, la física, la psíquica y la social y en las que no se descubren o aprecian alteraciones de laboratorio. Ejemplos notables son la fibromialgia, la fatiga crónica, la sensibilidad a múltiples sustancias químicas y lo americanos llaman trastorno de hiperactividad y déficit de atención (THDA).
Ajuriaguerra, el enorme psiquiatra infantil que vivió exiliado en Suiza, ya incluía en su libro de texto el problema del comportamiento del niño inquieto y recomendaba anfetamina para los casos extremos. El THDA es un trastorno de la niñez temprana. El niño que no se puede estar quieto, juega con las manos y los pies o se retuerce en el asiento, corre y trepa en situaciones inadecuadas, es incapaz de jugar plácidamente: son los síntomas de hiperactividad que suelen ir juntos con los de impulsividad: responde antes de que se acabe de formular la pregunta, interrumpe a los demás y es un problema en la clase. La falta de atención puede tardar más en notarse, quizá hasta los 7 u 8 años paralelo al fracaso académico, es olvidadizo, desorganizado, se distrae con facilidad. Todos estos síntomas son frecuentes en muchos niños. El diagnóstico se hace cuando son excesivos, se manifiestan en dos entornos diferentes, por ejemplo en la escuela y en casa, duran más de 6 meses, afectan a la convivencia y el rendimiento escolar y no hay otra causa que los explique. La Academia de Pediatría estadounidense exige para el diagnóstico tener al menos 6 síntomas de atención o 6 síntomas de hiperactividad e impulsividad, con algunos síntomas presentes antes de la edad de 7 años. En Europa se prefiere denominar Trastorno Hiperquinético para cuyo diagnóstico se requiere que haya 6 síntomas inatención 3 de hiperactividad y 1 de impulsividad. Como se ve, la enfermedad se define por los síntomas más que por la fisiopatología, aunque ciertos estudios de imagen sugieren que los cerebros de estos niños utilizan los neurotransmisores (incluyendo dopamina, serotonina y adrenalina) de una forma diferente. La verdad es que si se comportan de forma diferente es lógico que su cerebro también lo haga pues es él el que rige el comportamiento. Parece una tautología.
Hay profesionales que consideran que es una enfermedad inventada por las casas de laboratorio que ven en ella una oportunidad de negocio. Me lo explicaba un psiquiatra hace unos años mientras me enseñaba varios números de la revista de la sociedad: fíjate ¿cuál es el anuncio más frecuente? Hay lo tienes, los fármacos para el THDA. Es el nuevo yacimiento. Espera y verás cuantos niños se van a tratar.
No es un argumento que una empresa cuyo objetivo último es vender lo intente cuando ve oportunidad. Pero hay que estar atentos porque muchas veces es el producto el que crea la necesidad.
La realidad es que la prevalencia en niños escolares se sitúa entre el 8% y 10% según diferentes estimaciones. Dado que es una amplificación de un comportamiento normal, como cabe esperar, el THDA en el que predomina la hiperactividad es cuatro veces más frecuente en niños y dos veces más en el que predomina la inatención.
Si me he decidido a tratar este tema vidrioso es porque en un reciente estudio en el que examinaron metabolitos en orina de pesticidas organofosforados encontraron que tenerlos más altos multiplicaba por dos el riesgo de padecer THDA. Se estudiaron 1.148 niños americanos, cogidos al azar de la población total de de 8 a 14 años. Confirmando otros estudios de prevalencia, 148 cumplían criterios o estaba tomando medicación para ADHD. Es inquietante que el 13% puedan ser considerados enfermos.
¿Pueden los pesticidas contribuir a los síntomas que definen THDA? Los organofosforados matan los insectos porque son tóxicos para el sistema nervioso. Entre otras cosas, alteran la actividad de la acetilcolina, un neurotransmisor que se cree implicado en el THDA. También afectan a factores de crecimiento, varios otros neurotransmisores y mensajeros. La posibilidad de que faciliten comportamientos como los que caracterizan el THDA no es disparatada. Podría explicar por qué cada vez hay más: porque estos pesticidas se depositan y acumulan progresivamente.
Tardamos muchos años en darnos cuenta de que el plomo es especialmente tóxico para los cerebros de los niños. Produce cambios en el rendimiento intelectual y el comportamiento. Me pregunto si estamos ante un caso parecido. Los pesticidas, como sustancias que afectan al sistema nervioso, pueden alterar su funcionamiento cuando aún está en periodo de formación, que es lo que ocurre en los niños y adolescentes. No es una hipótesis descabellada. El problema que plantearía es cómo evitarlo.
Fuente: lne.es
Imagen